Estepas de papel



Los ropajes.


Quien eres sino el retiro de mis días de ausencias,
mi Apolo cansado,
la idiosincrasia protocolaria de larga corbata manchada de hipocresía
y de adiabáticos apretones de manos.
Eres un simposio de dedos mercantes
que me dibujan los secretos del mundo en la espalda,
me llenan de tachaduras azules.

Entonces nos revolvemos,
giramos sobre el papel, sobre la tinta
intercambiando instintos,
regalándonos la piel y los besos,
quemando códigos civiles, penales, cartas magnas.
Removemos el salón y llevamos el televisor al cuarto de baño,
del baño a la despensa y colgamos ropa del ventilador,
el sofá lo llevamos al tejado.

Jamás actuamos de forma metódica
odiamos la dialéctica jerárquica,
la alegoría del esclavo y el amo.
Teníamos la casa tan llena de esos silencios
que no callan un segundo y nadie entiende
y que incomodan las cenas con absurdas sonrisas,
y la ropa sabe ya
que pronto solo será una anécdota.



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Quiero ser de ti.



Quiero ser de ti tu hastío, tus ganas de romper cristales con los dientes,
que proyectes tu rabia en las magdalenas,
en las manchas de café en las sábanas,
en el horno y en los delantales fríos, y llenos de culpa.

Quiero ser de ti las ganas de escapar,
de dibujarte en el aire con polvo,
de tumbarte en el suelo de la oficina, del cine,
de las corseterías.

Quiero que me escupas desde el puente de la autopista
que me riegues los lunes, y me dejes caer desde el balcón
a la cabeza de algún traje con corbata,
que te acuestes con mi sombra un domingo insalubre, con mi vaho en la oreja.

Quiero ser de ti tu coraza y besar flechas,
relamer hojas metálicas,
recolectar tus lágrimas en los bosques del cemento,
en los cuartos de baño sucios,
ahogarme en tus copas de cristal,
quemarme en tus cigarrillos,
cortarme con tus pestañas, 
inventar algún vicio nuevo,
patentar las llaves a tu insomnio,
parametrizar la curvatura de tu axila,
engrasar tus juicios, 
colarme en tus frescos, en tu despensa, 
ser tu pleonasmo, tu excusa,
tus Ítacas y tu Perséfone,
tu yo qué sé.





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Pobre barbudo.



Tengo un espejito en mi cuarto,
y desde hace un tiempo te has colado en él,
tu figura salta bailarina y canta
en ese espacio infinito entre la nada y la plata.
Y yo... que solo soy un pobre barbudo,
no puedo hacer otra cosa que mirarte en mi espejo y fumar,
beber los mares amarillos que se mofan del hielo y leer mis poemas.
Tu cinturita gris y tus mejillas del color del pomelo
se colaron en mi espejo y ruedan por el borde,
por la escuadra y lo deshacen todo, mi cama, mi peinado
para erigirlo de nuevo y recomenzar.
Intento hablarte, llamar tu atención
y muevo los brazos como si fuera un ventilador
pero estás demasiado ocupada distrayendo a mis soldaditos de plomo,
rompiendo sus filas y así no hay quien escriba a máquina
o selle los sobres con saliva.
Escondiste aquel puñal que guardaba de Bolivia,
lo sacaste del cajón y lo llevaste contigo al espejo
para guardarlo en la tripa, o en el pecho,
no estoy seguro..
pero sé que cubriste su sumisa textura
bajo una capa de piel y pelo,
y desde entonces me pinchas desde dentro,
desde el reflejo aislado que mi mente dibuja
y canta ahí dentro,
y qué otra cosa podría hacer yo...
pobre barbudo.





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Atardecer.


Te imagino sobre mí justificando todo ese azul
ridiculizando la piel de mis pesados párpados,
esferitas que me acarician el torso y 
mi espalda debora atardeceres en una curvatura
propicia a tu mano divinamente imaginada




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Barcelona.




Ciudad de la orgánica hoja
la telaraña de la lana y la piedra.
Tus senos huelen al café y al óleo
abrazos de engranaje, penetrante y celoso,
la ciudad de la rueda radiada.

Vuelvo como el hijo pródigo que nunca escuchó el eco de su llanto primigenio,
como un ovillo descolgado en búsqueda de algún reflejo atrapado,
entre este arterial del olor a la madera y anillos del blanco glaciar.

Quiero rodar de ti besando tu polvo y alternar cielo y tierra,
nacer del pomo de tus puertas como un hongo en las barandillas del metro de música del adoquín.
La ciudad que no cree en el humo, éste solo habita en sus fotografías,
las mismas que son testigos de lo afilada que son las lenguas de quienes la habitan, 
y se atan las muñecas con un cordelito rojo que los unen a sus casas
y hacen tropezar a las gentes como yo, la gente de la libreta y el café.



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El río.


El río desatado rompe a llorar y a veces
se adelgaza su voz y se hace pura y trémula.

Empujado por los designios de la tierra
como una ola en el oceánico crespón hacia ti va mi cuerpo
Y tú, en tu carne,
encierras las pupilas sedientas con que miraré
cuando estos ojos que tengo se me llenen de tierra.




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Llueve de ti.


De tu recuerdo…rosas sangrantes, colchones lentos…



Tus palabras me ataron las muñecas y arengaron mi pulso
Se arrollaron a mis pupilas y anida trémulas
Y sombreros susurrantes.


¿Cómo hacer para que todo no me recuerde a ti?
Anidas en el alma de las cosas como si la divina fuerza
Que une la materia encontrara su razón en ti
Remueves el gua y agitas el aire
Tus mentiras aún cubren las paredes del hall y tu eco agita las flores
¿Por qué demonios volviste?


Debiste permanecer callada en las largas calles sin carteles
de chaquetas vacías de hombres sin nombre
No vales más que las fuerzas que me instigan a olvidarte


Quiero conocerme sin tu dolor de cabeza
Y tu imagen tras la córnea
Y saborear un viernes sin tu falda
Sin tu lluvia