Como adelanto presento la maquetación del libro, libro en sentido etimológico aunque sería más rico llamarlo hijo de larga gestación, más concretamente dos años. El libro se compone de unas veinte imágenes que bailan junto a veinte poemas. Con una estructura un poco experimental o casi un juego, los autores, Javier Quesada y servidor Enrique García, esperamos que tengamos cierto éxito en su publicación estimada para estas navidades.
Enrique García Macías
miércoles, 6 de noviembre de 2013
martes, 27 de agosto de 2013
Hastío cenital
La erótica de la escalera reside en el ascenso, en la excitación del cambio y la retórica de gran altura. Las siluetas se vuelven cada vez más pequeñas y eso trae consigo un dulce regocijo, no por el fenómeno físico en sí, sino por el placebo psicológico que se impregna en las pupilas, la conciencia de individualidad y la ventajosa metáfora de superioridad que brinda la altura frente al que camina ahí abajo ajeno a todo el gran banquete. No obstante, en la mayoría de las ocasiones, este mudo diálogo se produce de una manera inconsciente, se lleva a cabo de la manera más lubricada de modo que mientras los demás se convierten en diminutas hormiguitas, los pies del afortunado caminante de escalera permanecen, inexorablemente, a la misma distancia. Sin embargo, este jugoso efecto psicológico esconde una peligrosa droga al ojo y en su extensión cerebral, puesto que la vista sirve de manera primordial en su concepción de la realidad palpable, como un péndulo para el rabdomante o un catalejo para el viajante antiguo. La equidistancia de los peldaños se recoge tras los párpados y vive ahí disolviéndose, desprendiéndose por la mácula a través de los axones, vertiéndose a través del tracto óptico hasta el núcleo geniculado lateral y finalmente esta radiación óptica termina por desembocar en la corteza cerebral, la carcasa de la psique. Poco a poco, como las venganzas más frías y terribles, esta desidia indiferente al blanco contra el blanco o el negro contra el negro, enturbia los filamentos de la conciencia y termina por vestirse de ese blanco en la ciudad de los blancos o lo que viene a ser lo mismo, el negro en la ciudad de los negros, es como si la piel abandonara su papel de interfase entre el aire y el hogar convirtiendo a la memoria en mero pretexto fotoperiodístico. Antropólogos de todo el mundo llevan largo tiempo cuestionándose la raíz de esta macabra influencia de las escaleras. No han sido menos los psicólogos de reconocido prestigio que han organizado y organizan convenciones de toalla de hotel y copas de vino blanco, discutiendo durante horas e infidelidades con la vana esperanza de acotar la contribución psicológica del individuo pasivo en un proceso tan activo como el de la desmemoria o la pérdida de individualidad consciente que las escaleras transmiten a sus inadvertidos paseantes. Quizás las escaleras tengan algo de espejo o de imprenta, quizás la indolora pisada del tramex o el mármol es el germen de este derrotismo y desidia tan característico en los cuadros clínicos de este tipo de pacientes. De cualquier manera, a día de hoy, la erradicación de esta enfermedad, por llamarlo de algún modo, parece aún hallarse lejos del alcance de los cientos de investigadores que tratan de erradicar las altas tasas de rendición vital que atañen a este terrible mal por todo occidente, pudiéndose limitar, únicamente, a describir los síntomas y su inevitables consecuencias para quien lo padece, consecuencia que no es otra que la de abandonarse puesto que la única solución posible para los caminantes de escaleras es la vía del suicidio.
lunes, 24 de junio de 2013
Odaliscas
Éste es uno de los productos paridos de mis más recientes trabajos, y más concretamente, una etapa de experimentación donde se pretende trascender a la fotografía a través de otras técnicas artísticas como la pintura o el collage. Por ahora prefiero leer hasta aquí, espero pronto retomar este camino.
viernes, 24 de mayo de 2013
El poeta
El porque de que la llamara imbécil
Entonces le enseñé un poema, no recuerdo su autoría, si sería un poema de Lorca, Bukowsky o algún ultraísta, Gerardo Diedo, quizás Girondo, Arango y su "muerte no me seas mujer", no sabría decirlo con seguridad. No obstante, al caso carece de toda importancia por lo que prescindiré del ejercicio mental de su recuerdo.
Lo que sí puedo contarte, y de ahí que te asalte el café con mis historias de bandera, es que, previo a invitarla a su lectura, entregué algunos minutos a pasarle la pluma por encima. Sobre el texto original asesté cuantas puñaladas se me antojaron, cambiando b`s por v`s allí donde me resultaba más atrayente la visión de unos labios franceses apurando hasta altas horas el café. Junté cuantas palabras me parecieron ir de la mano al pasarle la lengua por encima, como si fueran un arpegio que duele a la mácula no verlas juntas, como si una se te colara por la garganta y la otra se atorara entre los dientes.
También llené el texto de h`s intercaladas allí donde la boca se alarga al leer, dispuse algunas otras delante de ciertas palabras, precediera a vocal o consonante indistintamente, allí donde parecía concentrarse la emoción, donde descansaba el daimon.
Tras la ceremonía sangrienta la invité a su lectura, a la cual accedió complacientemente.
Pasados unos minutos, entre muecas de todo género y algunas miradas de incredulidad que me lanzaba como flechas por encima del papel, me confesó, con un recato real ciertamente, que aquel texto no era de su agrado, que aquella retahíla de herejías académicas la habian hostigado tan salvajemente la lectura, que le habia resultado imposible comprender lo que allí se pretendía contar.
Fue en ese momento cuando dejó de resultarme interesante. Es mas, fue en ese preciso instante, en que sus labios dibujaron el mudo punto final a su juicio, cuando empecé a pensar que era imbécil.
Dijo aquello como quien dice que vive por la supervivencia de la especie humana, o que le encantaría contraer matrimonio con una vaca, que le enseñara a pastar y procesar la celulosa.
Trató a mi pequeña obra como quien se limpia los zapatos en el bodillo de la acera, tras pisar una mierda de perro. Leyó aquel poema como quien lee un formulario administrativo, o papeles como se les suele llamar despectivamente, conociendo bien lo molesto que resulta recordar un pasado poco honorable, como recordar a un hombre que es un simple animal más. Aquella mujer despreció mi inmensa entrega, a mi alma fundida en simpatía con el poeta. Quise no solo mostrarle un bello poema, sino que le regalé mi forma de leerlo, qué partes me despertaban mayor interés o simplemente me producían placer su música, su sonoridad, como si hubiera pintado un lienzo del poema. Véase "el mayor enemigo del arte es el buen gusto", Pablo Picasso.
jueves, 14 de marzo de 2013
Técnicas iluminativas
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sábado, 8 de diciembre de 2012
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